sábado, 18 de abril de 2020

"En Estados Unidos hay tres ciudades: Nueva York, San Francisco y Nueva Orleáns. El resto es Cleveland"

No recuerdo donde he leído o escuchado esta frase pero me parece muy acertada para describir la realidad de este país tan diverso.

De esas tres ciudades me faltaba Nueva Orleans por conocer y hacía mucho tiempo que tenía ganas de visitarla. Nueva Orleans está situada en el estado de Luisiana, paradigma del sur de Estados Unidos: whisky de bourbon, música country y jazz, acento sureño, mansiones señoriales, Dolly Parton y comida criolla.

Nueva Orleans es, ante todo, una ciudad muy divertida, con música de fondo a todas horas, bailes callejeros y un olor a comida picante. Hay un vuelo directo desde Las Vegas a Nueva Orleans y en poco más de 4 horas habíamos pasado de la armonía de Utah, al desenfreno de Las Vegas y finalmente a la colorida y ruidosa Nueva Orleans.

 Calles cortadas y música de Jazz: NOLA.
 En cualquier esquina la música era la gran protagonista.
El pasado español de Nueva Orleans se reflejaba por toda la ciudad, con placas y nombres españoles (¡Lugo!)

Nueva Orleans combina su herencia francesa, su pasado español y su influencia caribeña de manera equilibrada, con el Barrio Francés como epicentro y la calle Bourbon como arteria principal (de hecho la palabra Bourbon viene de Borbón, ¿os suena a algo?). Nueva Orleans fue española durante 41 años y francesa durante 44 años, hasta que Napoleón se la vendió a Estados Unidos cuando la ciudad estaba dominada por los haitianos. Hoy en día tiene barrios en los que no es muy aconsejable adentrarse, un nivel alto de crímenes (de hecho hay un NCIS: New Orleans) y unas secuelas visibles del terrible huracán Katrina que asoló la ciudad en el año 2005.

Para tener una experiencia más completa de la ciudad decidimos alojarnos en una casa autóctona, alquilada por una pareja de ancianitos que se habían mudado a California escapando de los huracanes y de la comida cajún.

 Una casa sureña, encantadora y destartalada. 
 Vistas a un jardín caótico, con una humedad muy alta y plantas tropicales gigantes. 
 Una casa sureña toda para nosotros. En la esquina inferior derecha hay unas marcas blancas que indicaban el estado de la casas después del huracán Katrina. Cuando la ciudad se reconstruyó años después casi nadie borró estas marcas como recuerdo de esa traumática experiencia. 
Éste era nuestro baño, con vistas desde el pasillo y una bañera en el medio. 

Cuando visitas Nueva Orleans debes probar los beignets en el Café Du Monde, la comida cajún, picante y de carácter caribeño, visitar las casas sureñas (al estilo de "Lo que el viento se llevó" o "Tomates verdes fritos"), pasear por los bayous del Mississippi, llenos de cocodrilos, mosquitos del tamaño de portaaviones y demás criaturas de los pantanos y bailar en sus calles al ritmo del jazz y de la música de banjo, especialmente durante la gran fiesta del Mardi Grass, un carnaval alocado que se celebra entre febrero y marzo cada año. 

 Este sombrero me salvó de una buena insolación sureña. 
 Al caminar por Bourbon Street las personas de los balcones te lanzas estos colgantes de colores. 
 Me encanta el oficio de este hombre: escribe poemas al peso.
 Calles coloridas y ventanas gigantescas.  
Si te gusta la vida en la calle, Nueva Orleans es tu ciudad.
 Las mansiones del Garden District tenían jardines espectaculares. 
Un mansión sureña en la que puedes ver a Scarlett O´Hara entrando en la casa.
Un recuerdo a los esclavos que protagonizaron uno de los episodios más terribles de la historia de Estados Unidos: esos nombres grabados en la pared de madera son de esclavos fallecidos en esta plantación. 

Nueva Orleans ha sido uno de mis destinos favoritos de todo Estados Unidos: una ciudad alborotada, diferente, con pasión por la música, caótica en algunos momentos y con inolvidables rincones, herencia de un pasado multicultural. 

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