miércoles, 28 de octubre de 2015

Aloha Kauai!

No es fácil describir el paraíso (tampoco es fácil volver después de haber estado en él), pero las dos próximas entradas de este blog van intentar expresar mis sensaciones en uno de los viajes más increíbles que he hecho en mi corta vida (!). El título de esta primera entrada incluye la palabra Aloha, la palabra usada para saludar en Hawaii y que también significa bienvenido, hasta pronto, disfrute la belleza o suerte, así como una filosofía de vida basada en la alegría, la simpatía y la amabilidad.

Todos hemos escuchado acerca de Hawaii (gracias, Mecano), pero la verdad, yo no conozco a nadie que hubiera estado allí y me lo hubiera contado, por lo que este viaje me resultaba muy especial y con un gran componente de aventura y exploración de un territorio tan alejado de todo (la diferencia horaria con España es de ¡12 horas!). Teníamos ocho días para descubrir los secretos de este conjunto de ocho grandes islas al norte de la Polinesia, en las que viven alrededor de un millón de personas (la mayoría en su capital, Honolulu). Hablando con Jose y con autóctonos de las islas, dedujimos que la mezcla de sus habitantes es variopinta: americanos jubilados que viven un retiro dorado en sus playas, con una alta calidad de vida, muchos japoneses y asiáticos (mi hipótesis fue que 8 de cada 10 eran japoneses), turistas de todas partes del mundo y neohippies/surferos que buscan la libertad y la soledad de las olas.

Tumbado en la arena, observando los mágicos atardeceres bajo la sombra de la palmera.

El clima en Hawaii es muy inestable y puede empezar a llover en cualquier momento, siempre con un Sol de justicia y una temperatura que roza los 35º grados por el día y los 25º por la noche, con una gran humedad, cercana al 95%. De los trece climas del mundo, Hawaii posee once y puede llover encima de tu cabeza, pero no en la de la persona que va a tu lado. La gente está acostumbrada y no se inmuta por la lluvia, porque sabe que en unos minutos dejará de llover y su ropa se secará en cuestión de segundos. Muy loco el clima hawaiano.

Con todo esto, después de un gran concierto del joven Mikky Ekko (Smile, temazo), un viernes 9 de octubre de 2015 en Salt Lake, Jose y yo nos preparamos para subir a un avión de Delta (imprescindibles sus vídeos sobre seguridad abordo; esa ardilla me hace reír cada poco). Cinco horas de vuelo después (con un revisionado de Jurassic World por el camino) nuestro avión aterrizó en el pequeño aeropuerto de Lihue, capital de Kauai, la primera de las dos islas que visitaríamos. Nada más aterrizar fuimos a buscar nuestro coche de alquiler para recorrer esta pequeña isla en medio del Pacífico (Alamo Rent a Car, la mejor) y nuestro pequeño y acogedor hotel para los próximos cuatro días. Nos instalamos y buscamos un sitio para cenar y empezar a apreciar la rica y sana comida hawaiana; mucha influencia japonesa, mucha fruta fresca y local, pescado recién capturado, carne de pollo, mangos y ¡pan de color violeta!

Mercados de fruta fresca en todas las esquinas de la isla, donde te abrían un coco al momento y te troceaban una piña en cinco segundos.

La siguiente mañana, muy temprano, encendimos nuestro coche y empezamos a recorrer sus estrechas carreteras, todas con un límite de velocidad de 45 millas por hora (alrededor de unos 70 kilómetros). Kauai es una isla bastante virgen en cuanto a turismo, por lo que la mayoría de las inmensas playas de arena blanca y agua cristalina estaban prácticamente desiertas. Toda la isla está salpicada de pequeños pueblos marineros, de pocos habitantes, con casas pequeñas, puentes de cuerdas y muchos, muchos gallos y pollos por todos lados. 

Inestable puente en el pueblo de Hanapepe, donde parece que el tiempo se paró hace mucho.

Seguimos nuestra ruta hacia el oeste de la isla en dirección a una de las playas más especiales y salvajes en las que hemos estado: Polihale State Park, a la que se llega tras conducir 5 millas encima de baches, piedras, arena y lodo. El tramo mereció la pena: una playa eterna rodeada de enormes montañas verdes y acantilados imposibles, olvidada del mundo, con el Gran Azul como infinita frontera y el ruido de las olas como fondo. Un paseo por la playa inolvidable, con la sensación de estar viviendo un momento especial. 

 Falta el avión de Oceanic Airlines estrellado y parecería un episodio de Perdidos.
 Acantilados al borde del mar y un Sol de justicia encima de nuestras cabezas.
 Un viaje en avioneta nos mostró el mundo a través de los ojos de Dios: los acantilados de la costa de Na Pali.
Un viaje en barco nos adentró en las grutas y cataratas de los segundos acantilados más grandes del mundo (en los primeros, los de Moher, en la costa irlandesa de Galway, también hemos estado).

Con un paisaje inolvidable en nuestras retinas, abandonamos la playa de Polihale para conocer el cañón de Waimea, el Gran Cañón del Pacífico, como lo bautizó Mark Twain. Su majestuosidad sólo es comparable a su enormidad, a la diversidad de colores y al ruido de sus cataratas al caer violentamente contra el suelo. Para explorarlo a fondo, Jose y yo hicimos uno de los trails más duros de nuestras vidas, descendiendo el cañón a través de la selva y los mosquitos para ascender en el otro lado, rodeados de caídas de agua (y de más mosquitos). Dos horas de caminata que realmente merecieron la pena.

 Mi mítica foto en los carteles de los parques, también en Hawaii.
 Vista del cañón, con cataratas al fondo.
 La inmensidad de la naturaleza y las formaciones volcánicas de la isla.
 Panorámica del cañón bajo un cielo azul de octubre.
 Bajando el cañón en medio de la selva.
 De cada rincón podía salir King Kong o una serpiente tropical.
 Como cediera el árbol, mis huesos darían con la dura arena roja del cañón de Waimea.
 Miraras hacia donde miraras, una catarata rompía el silencio.
 Salida de nuestro recorrido por el cañón: si os fijáis, mi camiseta está más gris que a la entrada. La humedad y el calor no perdonan.
El recorrido mereció la pena por visiones como ésta.

Sin tiempo para recobrar fuerzas, arrancamos el coche para encontrarnos con el atardecer en la playa de Poipu, a la que fuimos varias veces esos días, ya que es una de las favoritas de las tortugas marinas y de las focas. No nos equivocamos y allí nos encontramos a estos dos animales tan característicos de Hawaii.

 Una foca de Hawaii echando una siesta de 29 horas en la playa.
Al poco rato, otra foca se unió a la primera. Igual de perezosa.
 Caminando por el agua vi una piedra que movía: ¡era una tortuga!
 La GoPro submarina permite fotos como ésta: snorkeling en busca de la tortuga.
 Y apareció a nuestro lado: 300 kilos de peso y tranquila como un perrito.
 Tenemos unas 100 fotos de la tortuga: ¡más de las que tengo de mi hermana!
 Estaba tan cerca y ni se inmutaba con nuestra presencia en el agua.
 Cada foto es mejor que la anterior: el crédito a Jose, el fotógrafo del viaje.
Jose con fondos de coral.

Para terminar con cuatro días de ensueño, nos quedaban un viaje en avioneta por la isla y una excursión en catamarán, ambas actividades totalmente recomendables para completar una experiencia inolvidable en una de las islas más mágicas del planeta. 

 La avioneta nos ofreció la magnitud de los cañones a vista de pájaro.
 La playa de Polihale y los afilados acantilados.
 Premio para el que encuentre la sombra de la avioneta.
 Sobrevolamos el Pacífico, apreciando su color turquesa y sus aguas cristalinas.
 La inestable avioneta que nos paseó una hora junto a las nubes.
 Las Jurassic Falls, las cataratas junto a las que aterriza el helicóptero al principio de la primera película de Parque Jurásico. Parada imprescindible para unos fans como nosotros.
El norte de la isla y el faro de Kilauea al fondo. 
El faro, muy de cerca.
Los delfines y las tortugas nadaban al lado del barco.

Antes de cambiar de isla nos dio tiempo a visitar un templo hindú, a bañarnos en las aguas de la bahía de Hanalei, saltar las rocas en Queen´s Bath, visitar Old Koloa Town y sus iglesias de las misiones cristianas y cenar en Kalapaki Beach,

 Nubes de tormenta en Kalapaki Beach.
 Las Wailua Falls a nuestras espaldas.
 Una playa enorme y nadie en ella: Kauai.
 Mi primera visita a un templo hindú, con sari y todo.
 Muchos atardeceres mágicos en las cálidas aguas de Hawaii.
¡Hasta encontramos una sirena!
 La rocosa e inacesible Queen´s Bath.
Misiones cristianas en los tiempos de los reyes y príncipes de Hawaii.

Así termina una parada de cuatro días en la isla de Kauai: en el aeropuerto de Lihue esperando un vuelo de Hawaiian Airlines con destino a la turística Honolulu y a la aventura de Oahu. Eso será el tema central de la siguiente entrada del blog.

Mientras tanto, mañana, jueves, llega Halloween a la escuela y vamos a celebrarlo por todo lo alto con disfraces, bailes y dulces, muchos dulces. Prometo fotos.

Gracias a todos por pasaros y leerme.

8 comentarios:

  1. Jajaja parece mentira que tengas más fotos de una tortuga que mías...

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  2. La verdad que jo hay palabra que describa mejor ese lugar,el Paraíso,así,totalmente.Hay que volver!!!;)

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    1. Nos quedan dos o tres islas por ver, así que sí, definitivamente hay que volver. We have to come back!

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  3. Menudas vacaciones!!!! Es el paraiso total.

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    1. Al final, el paraíso es cualquier sitio donde seas feliz. Sólo necesitas a la gente adecuada (esta frase vale para foto de facebook!

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  4. Un viaje espectacular!! Estás muy gracioso con el sari.

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    1. Saris en templos hindúes, túnicas en mezquitas, lo que haga falta por ver nuevas culturas y religiones.

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