miércoles, 29 de abril de 2015

California here we come... (I)

El título de esta entrada es un temazo de los Phantom Planet, una banda california de los años 90, usado como cabecera de unas de las series más veraniegas que yo he visto (y llevo unas cuantas...): The O.C.

Muchos ya sabéis que Jose y yo hemos pasado las vacaciones de primavera o Spring Break en este mítico estado: playas interminables, puestas de sol increíbles, naturaleza en estado salvaje y buen rollo, herencia de un fuerte movimiento hippie desde los años 60 y 70. Nuestro viaje lo estructuramos en torno a dos grandes ciudades: San Diego y Los Ángeles, separadas por unas dos horas de carretera mediante uno de nuestros medios de transporte más odiados/ amados de estos Estados Unidos: Greyhound, la primera compañía de autobuses del país y que ya hemos usado unas cuantas veces, tanto este año como nuestra anterior escapada por la costa este. Estas dos ciudades, unidas a nuestra visita otoñal a San Francisco, nos han dado una panorámica muy buena del estado más poblado de la Unión (38 millones de habitantes), el Golden State o estado soleado.

Esta foto haciendo el pino puente en una playa de California me transmite Good Vibrations.

En esta entrada hablaré de la primera parada: San Diego o la influencia mexicana en cada esquina y el inglés como segunda lengua. En cuanto sonó la campana de la escuela de un miércoles de primavera, Jose y yo, llevados por una madre maravillosa de la escuela, corrimos al pequeño aeropuerto de Salt Lake con destino San Diego, donde llegamos dos horas después (realmente, una hora, por el cambio de huso horario), con una temperatura de 30 grados, un Sol redondo, un cielo despejado e hileras de palmeras por todos lados. Sinceramente, nuestras expectativas de San Diego no eran muy grandes y mi mayor ilusión se concentraba en la visita a SeaWorld, el mayor parque acuático del mundo, hogar de numerosas orcas, delfines y multitud de animales marinos. En este parque vivió muchos años la orca que protagonizó las míticas películas de Liberad a Willy, llamada Keiko. Últimamente el "negocio" de las orcas está muy cuestionado en Estados Unidos por la muerte de varios cuidadores en los últimos años (una orca de esta misma cadena, Tilikum, en el parque de Orlando, provocó la muerte de tres personas) y un excelente documental ha sacado a la luz las terribles condiciones de vida de estos impresionantes animales, Blackfish (estrenado en Sundance en 2013). Muy recomendable.

Pero San Diego no es sólo el parque y el zoo, sino una rica herencia mexicana, unas playas extraordinarios, hoteles centenarios y una vida relajada, limpia y cómoda. El transporte público funciona muy bien, con un metro elevado que conecta toda la ciudad y que usamos frecuentemente. La zona mexicana se concentra en el viejo Old Town, visitado ese mismo día de llegada, así como Balboa Park. Parece que no estás en Estados Unidos, sino en cualquier rincón de México lindo: meseros del D.F., mariachis, margaritas, comida picante y el español como rey de las lenguas. Una zona muy bien acondicionada, tremendamente agradable para una cena o un paseo bajo el calor de la primavera californiana.

 ¿San Diego o Guadalajara? Ándaleeeeeee.
 Entrada al Old Town: las diez de la noche y en sandalias.
Este primer día había dado bastante de sí y al día siguiente, muy temprano (tanto que escuchamos el himno americano de la apertura), nos esperaban las orcas. SeaWorld fue toda una experiencia, recomendable para familias con niños y amantes de los animales marinos. Estos parques y zoos me producen una sensación contradictoria: por una parte me gustan porque se pueden ver animales impresionantes, pero por otra me da mucha pena que estas criaturas nunca hayan conocido la libertad de la naturaleza, el estado en que deberían vivir todos los animales. Con estos pensamientos, disfrutamos de espectáculos de orcas, delfines y leones marinos, atracciones chulas y pocas colas.
 Desde la muerte de una entrenadora en 2010, éstos tienen prohibido meterse en el agua con las orcas.
 Increíblemente cerca del público, mojando y saludando (o buscando pescaditos de recompensa)
 Cabriolas fuera del agua de animales de más de 5 toneladas de peso.
 Selfie rodeados de bichos.
 El oso de Coca- cola piensa que el agua está demasiado fría.
 ¡Una ballena blanca me muerde la cara!
 Listos para pasar un día de aventura marina.
Las primeras filas, empapadas por las orcas.
Espectáculo de delfines (también conocidos como los payasos del mar).
Tras pasar casi seis horas rodeados de acuarios, Jose y yo subimos en un autobús rumbo a la isla de Coronado, una de las zonas más exclusivas de veraneo de Estados Unidos y donde buscábamos el hotel del Coronado, una institución en la ciudad: un majestuoso hotel del siglo XIX, con boutiques en su interior, habitaciones de miles de dólares la noche, playas privadas y lujo, mucho lujo. Después de visitarlo nos acercamos a las playas de la isla, llenas de surfistas y gente que se acerca a contemplar sus maravillosas puestas de sol. Inolvidables.
 Reserva natural de enormes tortugas marinas en las playas de San Diego.
 Anocheceres mágicos y arena blanca, ¿qué más se puede pedir?
 Esta foto no es un posado. Es un robado.
 Un muchacho desconocido dijo que deberíamos hacernos un Selfie. Aquí lo está.
 La sensación de libertad y música de los Beach Boys es indescriptible.
 Jose siempre me pilla con cara de meditación.
 Probando las aguas del Pacífico, un océano que no tiene memoria.
 Con el agua (y la arena) hasta las rodillas.
Tablas de surf aparcadas en las playas.
  
Otro día genial y agotador, redondeado con unas hamburguesas ecológicas (y coca cola ecológica) en un lugar post hippie y vegano. En pocas horas, nos esperaban Los Ángeles y sus estrellas de cine. Un anticipo:
A mis espaldas, la mítica playa de Santa Mónica.
Y un acertijo (Jose, no puedes participar): ¿en qué maravillosa película salía este buzón?
Poco más que contar por la tranquila Salt Lake: los niños emocionados con la inminente llegada del verano y el fin de las clases, fijado para el viernes 5 de junio. Pocos días después mi avión, tras un par de escalas, aterrizará en España para pasar un largo verano. Para finalizar, un conjunto de cuatro fotos con apenas dos días de diferencia:
Las fotos superiores, un miércoles por la mañana. Las fotos inferiores, un viernes por la mañana. ¡Está loco el tiempo de las Rocosas!
Muchas gracias a todos por pasaros y comentar. ¡Sois geniales!

lunes, 13 de abril de 2015

"Éste es un país con demasiada geografía para la poca historia que tiene" (y II)

Rodando por el norte de Arizona te das cuenta que esta vieja frase anónima que titula esta entrada es totalmente verdad: millas y millas de nada, de polvorienta arena rojiza y de arbustos bajos, de espectaculares formaciones de piedra y de ríos testigos del paso de los siglos. Éste es precisamente su encanto: las formas imposibles que el tiempo ha dado a estos parajes, muy lentamente y con la nieve, el viento o el agua como elementos de erosión del paisaje.

Después de disfrutar de la cinematográfica Monument Valley y de la zona noreste de Arizona, Jose, yo y mi sufrido (aunque inalterable) cañonero nos pusimos en dirección a Page, un pueblo de 7.000 habitantes muy cercano a una zona que nos interesaba mucho: Antelope Canyon, un cañón de ranura en una reserva de indios navajos, nuestros compañeros de viaje en este gran fin de semana. Para poder visitar el cañón hay que contratar, obligatoriamente, un visita guiada por navajos. Por unos 28$ por persona y previa reserva por internet, bajamos a esta maravilla de la naturaleza, alrededor de una hora y media. La razón de la visita guiada es por la seguridad de los visitantes, ya que pueden darse inundaciones instantáneas muy peligrosas; de hecho, en el verano de 1997 once turistas fallecieron por una fuerte corriente de agua en el interior del cañón. Sólo el guía navajo sobrevivió.

 La entrada a Antelope Canyon me recuerda al final de Indiana Jones y la última Cruzada.
 Cualquier foto desmerece la belleza única de este cañón.
 La mejor hora de visita, por la luz natural que inunda todo, es entre las 11.30 y las 2.30.
 Efecto de arena cayendo en la inmensidad del silencio.
 Explorando las estrechas paredes del cañón del Antílope.
 Paredes de colores que van del amarillo, al dorado, al violeta, al azul, al negro.
 La boca abierta y los calcetines llenos de arena.
 La cabra siempre tira al monte.
 Esta foto es muy "foto de disco" de música celta.
 En cada esquina había una fotografía mejor que la anterior (y no soy yo mucho de fotos).
 Perdido en una sinfonía de colores.
 Aventuras en Arizona.
Creo que os hacéis una idea de la belleza del sitio, ¿verdad?
 
Tras admirar este majestuoso cañón, nos dirigimos a otro punto cercano que no queríamos perdernos: Horseshoe bend, es decir, la curva de la herradura, a unas 4 millas de Page. El río Colorado traza una curva impresionante con forma de herradura antes de entrar en el Gran Cañón del Colorado. De acceso gratuito tras una pequeña ruta de 15 minutos bajo el sol de Arizona.
 
 ¿Veis la herradura? Sólo falta el caballo.
 La sensación de estar sentado ante el vacío, con los pies colgando, es única.
 Un mal paso y se termina el blog.
 El hombre que subió una colina y bajó una montaña: Jose.
 El desierto a mis espaldas: coyotes y plantas rodadoras.
Esta entrada tiene overbooking de fotos, pero es la mejor manera de explicar la inmensidad del paisaje.
 
El día estaba siendo completo antes de emprender el camino de vuelta (unas seis horas en dirección norte) a la tranquila Salt Lake, pero aún hicimos una parada más: el Lago Powell y la presa del cañón de Glen, unas de las más grandes de Estados Unidos. Construida en 1963, tiene una longitud de 300 kilómetros. El lago debe su nombre al mayor Powell, el primero en descender el río Colorado hasta el Pacífico.
 
 Una mole de cemento detiene el río Colorado.
 Panorámica de un lago que empieza en Arizona y termina en Utah.
 Nos pierden las huellas de dinosaurio.
 
El domingo por la noche llegamos a Salt Lake, llenos de polvo, pero con la retina llena de maravillosos paisajes. Deshicimos la mochila y preparamos la siguiente, ya que el miércoles empezaban las vacaciones de primavera o Spring Break y ya teníamos, desde Navidad, nuestros billetes de avión para el sur de California: San Diego y Los Ángeles. De ellas hablaré en la próxima entrada, una entrada freak, con referencias a películas, series y atardeceres en Santa Mónica.
 
Un adelanto: "El viejo tren de la Unión Pacific no pasa más por estas vías", seguido por la loca de los gatos.
 
Ese miércoles, antes de volar a la soleada California, Jose se vino a la escuela a conocer a los niños y fue un gran experiencia, ya que no dejaban de hacerle preguntas sobre deportes, colores, idiomas. La verdad es que son niños bastante inquietos, pero muy divertidos y con mucha imaginación. Quedan menos de ocho semanas de clase antes del verano y alguna que otra escapada ya está planeada para el mes de mayo.
 
Este miércoles por la noche (es decir, a las 5 de la tarde) tenemos fiesta de patinaje de la escuela en el mismo sitio donde celebramos la primera en el lejano mes de septiembre y de la que hablé en su momento en el blog. Allí estaré, dispuesto a nuevas caídas y algodón de azúcar de colores.
 
Muchas gracias a todos por pasaros y por los comentarios. Y muchas felicidades a una fiel lectora de este blog, Anna, que, hace poquito, ha traído a Alba a este mundo. Congrats!